Hoy me desperté y mientras como cada mañana la casa se vestía de olor a café y de fondo la radio, tan acostumbrada a acompañar mis bostezos de comienzo del día con noticias poco proclives a encarar la jornada con alegría, contó que ocho exmilitares chilenos habían sido condenados (¡45 años después!) a años de cárcel por las brutales torturas e inhumano asesinato a Víctor Jara en el año 1973. Ciertamente al escuchar la noticia he sentido una cierta alegría por aquello de que la Justicia ha hecho su trabajo, aunque he de reconocer que el sentimiento ha tenido algo de alivio inconcluso ya que llega la condena judicial casi medio siglo después de los bárbaros actos cometidos durante los primeros días del Golpe de Estado en Chile por el General Augusto Pinochet.
La historia del golpe militar contra el legítimo Gobierno del Presidente Salvador Allende es una de las que más me duelen en mi vida y los motivos son varios. El primero de los motivos es que el proyecto socialista de Allende fue uno de los más avanzados en términos de justicia social y modernización, sobre todo desde la cultura y la educación, de la historia del mundo; y sin el final al que fue sometido hubiera sido un punto de inflexión en la Historia Moderna de la Humanidad ya que sus principios, y sobre todo sus formas de hacer política, podrían haber sido adoptadas por tantos y tantos países a lo largo del final del siglo pasado. Segundo porque aunque ha quedado absolutamente demostrado por grabaciones de las emisoras de radio que la CIA estaba ya no solo involucrada en el fatal desenlace del Gobierno del Presidente Allende sino que apoyaba y avalaba internacionalmente a los golpistas militares; bien es cierto que no es una noticia sorprendente esto último, ya que la CIA ha estado involucrada en el derrocamiento de muchos procesos revolucionarios y gobiernos legítimos a lo largo y ancho del mundo, y sobre todo en Latinoamérica, pero en el Golpe de Estado de Pinochet el protagonismo y por tanto la culpabilidad de los americanos tiene una demostración fehaciente que indudablemente (porque la Historia siempre la escriben los vencedores) ha pasado a ser ignorada por la mayoría de la población mundial. Tercero porque me emociona hasta confundir mi alma con mi piel la resistencia de Salvador Allende (sin duda no puedo escuchar su último discurso sin llorar) y su compromiso con su pueblo cuando los militares asaltaban La Casa de La Moneda el 11 de septiembre del año 1973. Cuarto porque me remueve las tripas (el hambre de justicia que provoca la más pura indignación) el leer las crónicas de aquel golpe de estado en Chile, leer libros como por ejemplo El último día de Salvador Allende o ver las películas de la trilogía contra Pinochet de Pablo Larraín (Tony Manero, Post Morten y No). Y quinto, que está relacionado con el cuarto motivo, porque me duele escuchar la música de Víctor Jara, o pensar en su labor cultural de difusión del teatro, y saber que aunque todo lo ha dado a la música popular quedó a la vez tanto por dar si los milicos no hubieran acabado con su vida. Es por todo esto, por estos cinco motivos principales y por tantos otros motivos que no voy a relatar por no alargar demasiado este texto, que hoy siento cierta alegría por este acto de la Justicia de condenar a los exmilitares que mataron a Víctor Jara y a la vez, que no se entienda mal porque realmente celebro la noticia, sentir un cierto pesar por todo el tiempo que ha tenido que pasar para que haya ocurrido lo que hoy ha sucedido.
Termino este texto brindando por la memoria de Víctor Jara y recordando una entrada que ya en este blog dedicamos al cantautor chileno en el aniversario de su muerte hace unos años haciendo referencia a su último poema Somos cinco mil y a su último concierto en Lima (Perú) el 17 de julio del año 1973.
Somos cinco mil
en esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil
¿Cuántos seremos en total
en las ciudades y en todo el país?
Solo aquí
diez mil manos siembran
y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!