Quien haya leído cierto libro de relatos de un director de cine que ahora le ha hecho una película a Joaquín Sabina, como es mi caso, o suela escuchar cierto podcast magnífico donde aparece un director de cine que hizo una película de un tipo encerrado en una caja, conocerá la frase «Hic sunt dracones». Vamos: aquí hay dragones. Y sabrá que ambos, el podcast y el libro, cogen la frase de los mapas de la antiguedad en los que se leía esa leyenda, «Hic sunt dracones», en aquellas regiones aún no exploradas por el hombre. Esto es: donde acaba lo conocido comienza la imaginación. Y con esa frase en la cabeza salí yo una noche del Jazzville allá por mayo de este año. Minutos antes había asistido al primer concierto (primero con público, porque hubo uno anterior online en la plataforma vackstage) del Proyecto Andrés Sudón. Y minutos después, en silencio mirando al suelo de la calle, intentaba encajar lo visto… lo esuchado… lo vivido. Fue entonces cuando supe que habíamos traspasado los límites de lo conocido en los mapas (artísticos) de Andrés Sudón, mapas que por cierto habría que preguntarle si los crea dibujando mares o delimitando territorios; y fue ahí, en ese momento, cuando adiviné que no entrábamos en el espacio de lo inexplicable sino en el lugar donde la imaginación aguarda a los aventureros.
El Proyecto Andrés Sudón es la nueva propuesta del cantautor salmantino, junto al percusionista Edgardo Sagastume y el bajista Luca Piucco, en el que las canciones, algunas nuevas y otra que ya conocidas e incluso alguna editada, se prestan a ser saltadas, bailadas y gritadas por el público. Andrés, en este nuevo proyecto, invita a su público a un viaje, viaje que por cierto habría que preguntarle si lo idea estableciendo trayectos o redefiniendo distancias, durante todo el concierto con el objetivo de «despertar al dragón dormido en nuestro silencio interior». Y en esa búsqueda las canciones de Andrés se desprenden un poco, solo un poco, de la exigencia que siempre requieren para que se les preste atención máxima en su desarrollo, y se abrazan un poco, aquí un poco más que el poco anterior, al estribillo, y a ciertas repeticiones y al disfrute en el coro. Todo ello con la energía de un formato, guitarra-bajo-batería, idóneo para hacer crecer a las canciones en directo con rabia contenida. Más bien con rabia calculada para no perder la esencia de la canción de autor, ni la impronta particular y nada ortodoxa que siempre ha tenido Andrés Sudón a la hora de construir sus composiciones.
El viaje propueto en este Proyecto Andrés Sudón continua, y este viernes 30 de septiembre en la sala La Caverna (calle de Echegaray 11) hay una nueva oportunidad para despertar al dragón dormido en nuestro silencio interior. Creo que ya no hay marcha atrás y los retrovisores han sido volteados para reflejen lo que está por venir. Este es el nuevo formato que Andrés va a defender hasta llegar, ya lo dijo en el concierto de Jazzville y nos lo contó también hace años en Radio Vallekas, a llenar una gran sala con un público entregado a la liberación del disfrute. En Jazzville la propuesta sorprendió y los asistentes respondimos saltando, bailando, cantando y, al finalizar, mirándonos atónitos los unos a los otros intentando encajar lo visto… lo esuchado… lo vivido. Bueno, yo no miré a nadie a los ojos, ya que tenía mi mirada clavada en el suelo y pensaba una frase que me sirviera para escribir todo esto, y, así, animar a quien lo lea a que no se pierda el próximo concierto de Proyecto Andrés Sudón en la sala La Caverna este viernes 30 de septiembre. Se ha comenzado a desdibujar un mapa para escribir en grande: «Aquí hay dragones a punto de despertar». Donde acaba lo conocido comienza la imaginación de Andrés Sudón.