Álbum: Los nobles salvajes
Autor: Iñigo Coppel
Año: 2016
Iñigo Coppel en su disco Los nobles salvajes nos presenta diez historias sobre los hombres. Diez historias sobre lo bueno y lo malo de los hombres: el amor y el desamor, la amistad, la desesperación, la soledad, la ilusión y por tanto la desilusión, la traición, la tristeza, la compasión… y…. por supuesto… la estupidez humana. Los nobles salvajes suena a canción de autor y también a blues, tiene algo de tango, un mucho de canción francesa, un tanto de rock y sobre todo tiene mucha delicadeza en cada acorde de guitarra, en cada nota de violín y en cada tecla de piano que se clava en la dermis de la partitura. Los nobles salvajes está hecho desde la emoción, desde el recuerdo, desde las ganas de contar historias, desde el humor, desde la sátira, desde la inflexión del pensamiento y desde la reflexión de la moralidad.
Desgranando, canción a canción, diría que 14 de enero es un tema desgarrador cuya música sabe crecer con la letra, subrayando las frases, poniéndole énfasis en el texto que como una enredadera parece que crece con una ambición trepadora pero realmente está enmarañándose en el muro del sentimiento. La balada de Edu el Rata hace que tu cuerpo comience a desperezarse y olvide su condición estática mientras una sonrisa, por lo cómico de la historia, se dibuje en tu cara. Cuando te quieres dar cuenta la canción ha terminado y esa sonrisa tonta que tenías en la cara se ha convertido en un asteroide de reflexión sobre el panorama musical que gira a toda velocidad y sin rumbo en el universo de tu cabeza. Con ¡Éramos tan jóvenes! es posible que alguien pueda pensar que es una versión de una canción de Javier Krahe. Pero no: es un tema, un temazo, de Iñigo Coppel. Con humor en una letra magnífica el neojuglar vasco nos hace olvidar durante casi 2 minutos que el tango es un género triste para rematarnos, como un buen tango que se ahoga en un mar arrastrando tras de sí a cualquiera que mire o escuche desde la orilla, con una tristeza brutal en la última parte de la canción. A mayor gloria de nadie se posa sobre la piel como una pluma que es llevada por el viento: suavemente. Y hace cosquillas y terminas rascándote, como una reflexión araña, mientras repites como un mantra «a mayor gloria de nadie». La canción que cierra la cara A del disco Los nobles salvajes es quizá la que más me ha costado entender. Es cierto que Balal, Abdollah y Maryam es el tema del álbum que tiene una letra más clara, la que cuenta una historia de una manera más lineal y la que se supone que es más sencilla de escuchar de una vez sin toparse con algún giro del lenguaje que te deje desencajado. Pero es que todo lo anterior, más bien la suma de todo lo anterior, hace que te dejes llevar por la letra, viendo claramente la escena descrita en la canción, y dejes de un lado la reflexión sobre la compasión y el perdón.
Si alguien piensa que la cara B de un disco es la dedicada a canciones menos importantes que las de la cara A, con el disco Los nobles salvajes de Iñigo Coppel se va a llevar un gran chasco. ¿Qué significa la B de cara B en Los nobles salvajes? ¿Viene de buena? ¿O de buenísima? Me gustaría, para mantener con dignidad ese calificativo que acabo de dar a la cara B de Los nobles salvajes, poder inventar un nuevo lenguaje que esté cargado de adjetivos provistos de una semántica tan fuerte que al leerlos se erice la piel. Y con ese nuevo e imposible lenguaje podría describir la canción Luces de Atocha. No diré que es una de las mejores canciones que le he escuchado a Coppel, sino que digo que es una de las mejores que he escuchado en toda mi vida. Una canción en la que las imágenes se suceden como en un cine llamado imaginación, en que las metáforas cuentan una historia que no es de Iñigo Coppel sino de quien la escuche. Si la música evoca en Luces de Atocha se hace un monumento a la evocación. Tras Luces de Atocha nos encontramos con la genial Blues hablado sobre la propuesta de ley para soltar leones persas en las calles de Madrid. Un talkin’blues donde Iñigo Coppel, a base de mucho humor e imaginación desbordante, nos situa en un Madrid lleno de leones que acaben con la gente que camina tan atontada detrás de un móvil. En Mujer de Père-Lachaise Iñigo nos ofrece la historia de una muchacha que llora frente a una tumba en un cementerio de París. Mientras cuenta, o más bien canta, esa historia Coppel nos cuela un final que rompe con firmeza la dulzura que aparentemente podría tener la canción. Si ya en el disco anterior, En el Olympia, Coppel viajaba a la Edad Media en esta ocasión se traslada al siglo XVII para contarnos la historia de los piratas de Libertalia en el tema Iñigo Coppel viaja al siglo XVII y se une a los piratas de Libertalia. Una muestra más de esa imaginación que tiene el vasco al componer canciones y transportarnos a escenarios fantásticos pero tangibles. Los nobles salvajes acaba como su propio nombre indica: de una manera salvaje y noble. Hermana tiene la solemnidad de una canción emotiva y el sonido, a guitarra y con la colaboración de Itziar Baiza, hace de ella un cierre perfecto para un gran disco.
Como decía al principio en Los nobles salvajes Iñigo Coppel cuenta diez historias sobre los hombres. Tras escucharlo detenidamente uno se plantea seriamente que en algún momento los hombres deben contar historias sobre Iñigo Coppel, ya que estamos ante el mejor disco hasta la fecha del neojuglar vasco.