Mi admiración por Iñigo Coppel es un grafiti en la pared blanca de la sinceridad. Hace años, no sabría calcular cuántos, que escucho su música, por cierto gracias a la recomendación de mi amigo Bruno de Rock Sumergido, y hace exactamente esos mismos e incalculables años que voy diciendo lo que pienso y siento: que el vasco es uno de mis cantautores favoritos. Coppel es diferente a todo porque es similar a mucho. Equipado, cultural y musicalmente, de diversas referencias e influencias, el neojuglar vasco ha sabido tras beber de tantas fuentes embotellar su propia bebida y que esta se reconozca no sólo por la etiqueta o la forma de la botella sino también por el sabor que deja en el paladar… en el paladar del tímpano… y en el paladar del alma. Las canciones de Iñigo Coppel, y hablo de ellas refiriéndome a su extenso y diverso repertorio, proyectan mil colores para así, superpuestos todos ellos, hacer de su música una luz blanca resplandeciente que es como el cartel luminoso de una carretera: referencia siempre independientemente de si uno conduce por placer, por necesidad o simplemente porque se ha perdido en su trayecto. Es por todo lo dicho, y por tanto que me callo, que estoy absolutamente ilusionado, y lo digo sentado a la sombra apoyado en la pared blanca de mi sinceridad, por el hecho de que Iñigo Coppel vaya a grabar un nuevo disco y que éste sea en directo. Y además ese directo va a ser en el magnífico bar el Cocodrilo (c/Cebreros 101, Madrid)… y esto me ilusiona más porque aún habiendo visto a Coppel en concierto decenas de veces una de las que más me gustó fue en ese mismo garito el 16 de junio del pasado año. Iñigo Coppel y su guitarra voladora «Salvaje» va a hacer un repaso durante dos días, en dos conciertos gratuitos el viernes 6 de abril y el sábado 7 de abril, por muchas de las canciones de sus discos anteriores y ofrecerá algunas de las que todavía no están registradas en ningún álbum. Siempre es placentero cuando uno de tus artistas favoritos saca nuevo disco, pero si uno puede tomar parte del disco asistiendo a la grabación del mismo el placer alcanza cotas de éxtasis. Éxtasis: ebriedad y pureza. Música y luz blanca. Y por supuesto una pintada en la pared que diga: «Dylan lo que Dylan: Coppel es dios».