Con el viejo Renault azul recorríamos carreteras nacionales mientras en el radiocasete sonaban Víctor Manuel y Ana Belén (Ana Manuel y Victor Belen que diría mi amigo Bolo), Serrat, Victor Jara, Sabina y otros cantautores. En casa algún vinilo de Serrat y de Labordeta, sobre todo los de Serrat, sonaba de vez en cuando. Y de repente un viernes, no sé de qué año, apareció por casa La memoria de los peces. Lo del viernes sé que fue viernes porque lo trajo mi hermana de la biblioteca de su residencia de estudiantes en una visita de fin de semana. Entonces algo hizo clic. O tal vez crack. La música, el género de canción de autor, que era banda sonora de mi vida dejó de serlo para ser parte de mí. De mi forma de ser, de pensar, de interactuar con el mundo y de lidiar con las emociones, tanto propias como ajenas. Una cosa es la música que escuchas, porque está ahí en tu contexto, y que te gusta más o menos, y otra cosa es elegir tú la música que escuchas y que por tanto te va a definir… o más bien tú te vas a empezar a definir sabiendo qué va a sonar y qué dedo va a dar al Play. Ahí comencé a saber que el género de canción de autor me era propio. Todo fue porque había un joven cantautor llamado Ismael Serrano que me creaba arraigo e identidad. Quizá la cercanía entre su edad y la mía, o quizá, de esto estoy más convencido, porque uno necesita identificarse con alguien que crea su obra mientras tú creas la tuya, que es tu propia vida. Los discos ya hechos son magníficos, las carreras ya acabadas, o las que sin estar acabadas ya alcanzaron su cenit en el pasado, son necesarias, pero necesitamos vivir, crecer mientras nacen, viven y crecen otras carreras musicales. Y así, fue como aquel viernes, que sigo sin recordar de qué año, uno empezó a escuchar a Ismael Serrano. Y desde entonces hasta hoy.
Gran parte de la culpa, ¡bendita culpa!, de que la canción de autor sea tan importante en mi vida hoy es por él. Por el tipo que hoy cumple nosécuántos años (48, creo). Así que aunque lo reivindico cada día, hoy también lo hago. Lo seguiré haciendo, al igual que seguiré entrando a los chistes que se hacen de y con él («eres más pesado que Ismael Serrano de resaca» y un largo etcétera), porque es una manera también de reivindicar su obra, su honestidad, su papel importante en la historia reciente de nuestra música popular y el el valor de mantener una tradición, tan importante en el desarrollo social, que es la música de autor. Desde el primer disco, Atrapados en azul, hasta el último, Seremos, Ismael es admirable. Lo ha sido. Lo es. Lo será. Sus discos suenan hoy en mí (digo en mí porque suenan en mi casa, en mi coche y en mi cabeza), y sonarán cuando yo tenga un viejo Renault azul y recorra carreteras secundarias y mi hijo lea los carteles de los nombres de los pueblos que van quedando atrás.