Hoy se cumple el triste y quinto aniversario del fallecimiento de Jose Antonio Labordeta. Cantautor, poeta, político, profesor… y sobre todo ejemplo de honestidad, de humanismo y de dignidad. En defnitiva: una buena persona de las que pocas ha habido y cada vez menos quedan.
Labordeta era un cantautor comprometido, un cantor con los ojos bien abiertos y la lengua ajena al vello pero proclive a la belleza, un poeta del amor y de lo humano, una hombre que luchaba por el gran sueño de conseguir un mundo más justo, más libre y donde todos seamos iguales sin excepción. Autor de más de una veintena de libros (entre poemarios, novelas y colecciones de cuentos y de relatos) y de otros tantos discos. Labordeta ha sido, es y siempre será, un referente ya no sólo para los cantautores y para los poetas, sino también para cualquier persona que defienda la inocuidad del ser humano.
Hay tantas cosas que personalmente podría decir del Abuelo Labordeta, aunque en un día como hoy la pena por la ausencia haga que se me anuden todas las palabras en la garganta; desde hablar de la impresión que me causó la primera vez que escuché un disco suyo, pasando por el orgullo de verle plantando cara a tanto sinvergüenza en el Congreso de los Diputados, hasta las parálisis y el dolor que sentí aquel maldito domingo 19 de septiembre del año 2010. Porque de tanta admiración que le tenía y que le tengo a Labordeta, desarrollé una querencia tan especial que llegue a sentirlo parte de mi vida, de mi contexto y de mi desarrollo personal.
Como digo hay muchas anécdotas personales que podría contar en las que Labordeta ha estado, sin saberlo y sin estar (fisicamente), involucrado; pero quiero contar una que me ha sucedido hace tan sólo unas semanas. Conduciendo por el secano de Castilla con mi padre (40 años mayor que yo) de copiloto; íbamos escuchando un disco del Abuelo (un recopilatorio maravilloso llamado Con el puño cerrado con dignidad) cuando mi padre dijo «es curioso como se repite la historia… las canciones que yo he escuchado hace muchos años cuando eran otros tiempos, ahora las escuchas tú en otras circunstancias». Entonces yo pensé en la grandiosidad de Labordeta capaz de hacer cantos que perduren al tiempo, y que son capaces de emocionar a diferentes generaciones (con lo que eso conlleva: la vida que mi padre ha tenido, por los tiempos que le tocó vivir, es diferente a la que yo tengo). Eso me emocionó y me hizo echar de menos al abuelo un poco más. Son muchas ocasiones, y esa vez que relato entre ellas, las que pienso «¿qué diría Labordeta de estos tiempos? ¿Qué opinaría, qué haría, de la situación de este país, de nuestra sociedad, de nuestra política, de la emergencia de movimientos populares? ¿Qué le sugeriría la poesía que ahora se escribe? ¿Qué cantautor, o cantautores, le erizarían la piel?». Sigue siendo Labordeta, a través de su legado (¡bendita sea la Fundación que lleva su nombre!), esencial y necesario para enfrentarnos a estos tiempos y a nuestro destino.
Y todo lo escrito ha sido un alegato, también una apología, a la admiración que Jose Antonio Labordeta provoca en mí. Pero tengo, ya para terminar este texto de recuerdo hacia su persona y su obra, que acabar negando uno de sus versos, de la canción Ya ves que reproduczo a continuación, ya que nunca jamás podré recordarle como un hombre sin más.
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