Álbum: Cowboys
Autor: Gatoperro
Año: 2017
Cuando en el paisaje musical dos líneas rectas establecían el destino y la dirección que había que seguir, Gatoperro no subió a aquel tren que escupía humo al viento y prometiendo velocidad lo que ofrecía era ruido y monotonía. Gatoperro se unió a los Cowboys y dejo que el ferrocarril, alegoría de un índole del gusto musical generalizado, se alejara sin saber que lo importante de lo moderno es ser contemporáneo y que de lo contemporáneo lo importante es llegar a ser intemporal. Cowboys es eso: un disco contemporáneo e intemporal, por lo que jamás, como girando dentro de una espiral de relojes, va a dejar de ser así.
Cowboys es el cuarto álbum de David Llosa Gatoperro y en él, escapa sin escapar del rol de rockero maldito y cancionista canalla, para afirmarse como un creador de canciones magnífico que en 13 temas sabe poner el sonido necesario para que sus canciones suenen a nuevas y a la vez tengan un regusto en el paladar, en el paladar de la dulce memoria musical, a sonidos que nos han hecho crecer y con los que sabemos vamos a vivir el resto de los días. Cowboys suena a los discos que compré hace 15 años, y a la vez suena al disco que sé que seguiré escuchando dentro de 15 años. Cowboys suena a rock and roll haciendo de Buenos Viejos Tiempos (BVT) un himno que uno desea corear a voz en grito en los conciertos, y también en la desenfadada 20 o en la eléctrica Insatisfacción o en el magnífico Caballo ganador. Cowboys suena a ranchera, con esa pizca de tristeza y reflexión que tiene tal género, en Comitragedia o en la inspiradísima obra de arte llamada El fulgor. Cowboys suena a lo que suena el aliento de victoria del que ha sido derrotado y así en Demasiado bueno encontramos una historia que pide ser profundizada en su sentido intrínseco por el oyente o en la dylaniana Roto. Cowboys suena a seda y lluvía, a carmin y cemento, a pasión y desdicha en la también, como El Fulgor, obra maestra Poltergeist en la que la voz de Patricia Lázaro se funde con la de Gatoperro en un dúo exquisito. Cowboys suena a relato lineal con moraleja enrevesada en El hombre desconocido y El tigre albino. Cowboys suena al ferrocarril que frena en mitad de las vías para dejar que los raíles sean arrancados de cuajo por la potente, tremenda letra y espectacular melodía, canción que da título al disco: Cowboys. Cowboys suena a eso y nunca dejará de sonar.
Y cuando el ferrocarril desocupe con su baba de humo blanco el cielo de esta ciudad, de todas las ciudades, y pasen como modas otras músicas, otras maneras de cantar, otras pseudosensibilidades, otros paisajes que no eran más que lienzos incómodos, Cowboys seguirá galopando en el tiempo de la realidad del momento.