Es una casualidad absurda y disparatada que el autor (Chicho Sánchez Ferlosio) de la canción Gallo Rojo, Gallo Negro (Los dos gallos), tonada símbolo de la lucha antifascista, sea el hijo de uno de los autores (Rafael Sánchez Mazas) del himno Cara al sol. pieza de griterío coral y bandera vocal del fascismo en España. Es una casualidad absurda y disparatada que esa canción fuese tomada durante tantos años como una composición anónima y que a la hora de datarla la posible fecha de nacimiento fuera buscada hacia la década de los treinta del siglo XX en lugar de hacia la década de los sesenta del mismo siglo. Es una casualidad absurda y disparatada que la canción fuera registrada en un disco llamado Canciones de la Resistencia española y que el mismo se publicara en Suecia a principios de los años 60 del siglo pasado. Es una casualidad absurda y disparatada que esa canción de Los dos gallos, junto con otras, fueran grabadas de manera clandestina en Madrid y llevadas, también de una forma clandestina, fuera de las fronteras por dos estudiantes suecos en el año 1961. Es todo una casualidad absurda y disparatada como puede parecer que fue todo, o casi todo, en la vida de Chicho Sánchez Ferlosio. Lo que no es casual ni absurdo, aunque sí disparatado, es que nos sorprenda siempre cualquier documento visual que nos revela más aspectos de la vida de Chicho. Ya nos pasó en el documental Mientras el cuerpo aguante de Fernando Trueba del año 1982, y ahora nos sucede con el maravilloso documental realizado por David Trueba: Si me borrara el viento lo que yo canto.
En Crónica sentimental de España Manuel Vázquez Montalbán establecía: «Todo ser humano tiene derecho a la expresión estética y a la expresión épica. Una minoría consigue hacer de ello su medio de relación con la realidad: artistas, escritores, deportistas, guerreros, matones, etc. Pero la inmensa mayoría trata siempre de conseguir esa pequeña ración de estética y épica indispensable para seguir viviendo con la cabeza sobre los hombros. Las canciones son esa ración de estética que más se presta a ser recreada a medias entre el que la emite y el que la recibe». Esta afirmación de Manuel Vázquez Montalbán no puede ser más acertada en términos generales, pero si la aplicamos al caso de Chicho Sánchez Ferlosio y las canciones que compuso y fueron registradas en Canciones de la Resistencia española, lo dicho por el escritor catalán se convierte en una paradoja ya que como nos cuenta el documental Si me borrara el viento lo que yo canto las canciones de Chicho pecan de épica y se absuelven a si mismas en la estética que se se balancea entre el que la recibe desconociendo la autoría y el que la emite desde el más puro desconocimiento de la popularidad, y repercusión social, que va a tener la obra grabada en un cuarto de baño del barrio madrileño de El Viso.
Quizá esto que acabo de escribir sea algo disparatado y absurdo, quizá también sea una reflexión casual, pero es difícil lidiar con la trascendencia artística que tiene y ha tenido Chicho Sánchez Ferlosio y aceptar, aunque gracias a obras tan estupendas como la de David Trueba cueste menos, el ostracismo cultural al que ha sido condenado el autor de Gallo Rojo, Gallo Negro. Quien quiera entenderlo, o desentenderlo todo, debe ver el documental Si me borrara el viento lo que yo canto ya que es, al igual que las canciones, una expresión estética absoluta y una expresión épica digna de admirar. Una expresión estética absoluta ya que es un acierto el montaje, la estructura del argumento y la elección de personas que aparecen aportando información y emoción sobre Chicho y sus canciones. Y es, también, Si me borrara el viento lo que yo canto una expresión épica digna de admirar ya que es envidiable el ánimo que tiene por recuperar la memoria de uno de nuestros grandes autores, y hacerlo de una manera tan poca aduladora sino de una forma aséptica y veraz.